Las historias pueden trascender generaciones, culturas, fronteras y
océanos para internarse en nuevos continentes. Y estas no pudieron faltar en
los siglos XVI y XVII en Europa, que con el descubrimiento de América las
historias caballerescas emprendieron el viaje de aventura junto con los
navegantes españoles para incursionar en el Nuevo Mundo. Seguramente has
escuchado hablar sobre “El Dorado” y la “Fuente de la Juventud”; probablemente
pienses que es un libro, una historieta o una película al estilo de Indiana
Jones, y aunque es probable que tu conocimiento surgió de una de estas fuentes,
es preciso aclarar que, en la época de la conquista española en América, se
llevaron a cabo expediciones al interior del continente en busca de la realidad
de estas leyendas.
El presente trabajo tratará la leyenda de “Cíbola y Quivira”: las siete
ciudades de oro. El posible origen de este mito se remonta a la invasión musulmana
a la península ibérica (España) en el siglo VIII, y en la misma centuria
comenzó el proceso de reconquista por parte de los españoles; sin embargo, no se
logró recuperar el territorio hasta 1492, mismo año en que se descubrió el
continente americano (viaje de Cristóbal Colón). Pero fue a partir del contacto
y conquista de la civilización azteca (1521) por parte de Hernán Cortés, acontecimiento
que probablemente afirmó la existencia de riquezas que se contaron desde los
inicios de esta época.
Por otro lado, el imperio Azteca no fue el único en explorarse en las
primeras décadas del siglo XVI, pues desde las islas caribeñas (consideradas
como la base principal de los españoles en América) se emprendieron
expediciones a distintos puntos de América del Sur y del Norte en busca de
tierras, pero más aún, de tesoros de oro “a granel” que impregnaron los pensamientos
de los caballeros españoles que despertaron en sus corazones la codicia de
hacerse ricos de la noche a la mañana, o en el viaje y tornaviaje de una
expedición. Demasiado era ese deseo de descubrir vetas de oro que hasta las
mismas autoridades autorizaban y apoyaban estos viajes. Uno de estos fue el de
Juan Ponce de León, quien siguiendo una leyenda (la isla Bímina y su Fuente de
la Juventud) de la época de Heródoto, logró conseguir el permiso del Rey para
explorar en 1513 la actual península de Florida, Estados Unidos.
De la misma forma, se acrecentó la idea de que Tenochtitlan no era la
única ciudad bella, moderna y adornada con oro que pudiera existir en el Nuevo
Mundo. Pues los nativos afirmaron a los españoles que existían ciudades más
grandes y con tesoros (oro) como los que estaban buscando, y estas se
encontraban en civilizaciones alejadas al norte (en la tierra de Aztlán), lugar
de donde provenían sus riquezas. De inmediato, comenzaron a prepararse
expediciones al norte del territorio, pues se reavivó la leyenda remontada en aquel
siglo VIII que, tras la invasión de los musulmanes a España, siete monjes
lograron huir hacia el poniente para naufragar en el desconocido mar e
internarse en una isla de tierras lejanas y fundar así siete ciudades
autónomas, y de oro. Para los españoles, fueron muy crédulas todas estas
coincidencias de relatos que encajaban a la perfección.
Mientras los españoles trataban de conquistar territorios del norte
partiendo del centro de México, también lo hacían de otros ángulos, como el de
la Florida. La expedición que logró trascender fue la de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca, personaje que se dedicó de 1528 a 1536 a la travesía de cruzar desde Galveston
Florida, el sur de los Estados Unidos hasta llegar al actual estado de Sonora,
México. En un principio, Cabeza de Vaca partió de Cuba a la Florida como
tesorero en una expedición de aproximadamente 600 soldados, comandados por
Pánfilo de Narváez, pero poco a poco fueron perdiendo batallas en contra de los
nativos y de las condiciones que causaron enfermedades. Este personaje (Cabeza
de Vaca) estuvo cautivo durante ocho años, los cuales vivió con los indígenas,
quienes tiempo después de capturarlo lo hicieron de su confianza, gracias a los
atributos que Cabeza de Vaca presentó al realizar algunas curaciones a los
naturales.
Cuando finalmente aquella expedición de Pánfilo de Narváez continuó su
rumbo por el sur de Estados Unidos hasta llegar a un punto de Sonora, ya se había
reducido a cuatro miembros: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo,
Andrés Dorantes y Estebanico (esclavo africano propiedad de Andrés Dorantes). Cabeza
de Vaca al llegar a la ciudad de México, afirmó al Virrey Antonio de Mendoza
divisar ciudades amuralladas que resplandecían por el amarillo del oro, y que
estas se encontraban más al norte. El virrey de inmediato ordenó una expedición
comandada por el franciscano Fray Marcos de Niza, quien llevaría como guía al
esclavo Estebanico. Esta encomienda avanzó al norte de Sonora, y al retornar,
Niza le confirmó al Virrey la existencia de las ciudades de oro: Cíbola y
Quivira.
Otra expedición no se hizo esperar, liderada ahora por Francisco Vásquez
Coronado hacia 1540. Este personaje fue el que más distancia recorrió,
siguiendo indicaciones de los mismos españoles y más aun de los nativos, quienes
lo mandaban cada vez a lugares más alejadas. Cuando, finalmente Coronado decide
que había traspasado Cíbola y llegado a Quivira, solo encontró llanuras y
paisajes sin más tesoros que los bellos atardeceres de Kansas, Estados Unidos. De esta manera, España conquistó el mayor
territorio americano siguiendo un sueño irreal, que no le dio tesoros, pero le
ofreció la oportunidad de explorar extensas llanuras y ríos caudalosos, se
encontraron con los indígenas oriundos de aquellas tierras que fueron
conquistados por la fuerza y por la evangelización. No encontraron ciudades de
oro, pero en siglos posteriores fueron propietarios de yacimientos de plata que
abastecieron la mayor parte de América, Europa y Asia, convirtiendo España en
el Reino más poderoso de los siglos XVII y XVIII.
Fuentes:
Fuentes:
Montané Martí, Julio Cesar, Por los senderos de la quimera, INAH,
México, 1995
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